Terremoto en Turquía y Siria: desgarro en el corazón de la triple unión tectónica
La terrible serie de terremotos del 6 de febrero se produjo en una intersección de las zonas de fallas más peligrosas del mundo: la Falla de Anatolia Oriental y la Falla del Mar Muerto. Forman los límites de tres placas tectónicas, convergiendo en la llamada triple unión tectónica de Maraş. La pequeña placa continental de Anatolia sobre la que se asienta gran parte de Turquía, se habría desplazado tres metros hacia el suroeste. Pero, ¿qué es una triple unión tectónica, por qué son tan notorias las zonas de falla de Turquía y más asombrosamente, por qué vive tanta gente en ellas?
Autora: Kathelijne Bonne. Edición en español: Silvia Zuleta Romano.
El pasado 6 de febrero se produjo uno de los mayores terremotos de la historia reciente de Turquía y del mundo. El epicentro se situó a 34 kilómetros al oeste de la ciudad de Gaziantep, en el sur de Turquía, cerca de la triple unión tectónica de Maraş, llamado así por la ciudad de Karahmanmaraş. La primera convulsión, la más fuerte, se produjo a las 4.17 horas y tuvo una magnitud de 7,8 (en la escala sismológica de magnitud de momento). A ésta le siguió una serie de réplicas, algunas de ellas muy potentes (7,7), y también en los días siguientes, el USGS registró varios temblores en la amplia zona con fuerzas superiores a 4. Una enorme zona de Turquía y Siria se vio afectada y los seísmos se sintieron mucho más allá de las fronteras del país.
Los terremotos más potentes: fallas transformantes
Turquía se encuentra sobre un complejo puzzle de placas tectónicas delimitadas por grandes fallas transformantes. En una falla transformante, las placas tectónicas se deslizan lateralmente una a través de otra. En un terremoto en ella, la descarga del cizallamiento lateral libera mucha más energía que en otros mecanismos de falla. Por eso no es casualidad que los peores terremotos del mundo se produzcan en grandes zonas transformantes como en Turquía, California (falla de San Andrés), Nueva Zelanda (Alpine Fault) y Haití (falla de Enriquillo-Plantain Garden).
Aunque el sur de Turquía estuvo relativamente tranquilo sísmicamente hablando en los últimos 50 años, la catástrofe se produjo justo donde la población ya sufrió una crisis humanitaria. Por cierto, es difícil profundizar en el aspecto "técnico" del terremoto mientras la gente muere y sufre. El número de muertos ya superó la barrera de los treinta mil y los heridos y desaparecidos son incontables. Los esfuerzos de socorro se ven dificultados por el conflicto existente, las réplicas, el mal tiempo invernal, la inestabilidad de los edificios y la inseguridad en todos los sentidos posibles. Y no podemos descartar que haya un brote de gérmenes, por ejemplo, de cólera, como sucedió en Haití después del gran terremoto del 2010.
Los geólogos que no están en la zona sólo pueden contribuir explicando por qué ocurre algo así. Cada vez que se produce una catástrofe natural, me preguntan por qué la gente se va a vivir a lugares tan peligrosos. "Si ustedes, los geólogos, saben que es tan peligroso allí, ¿por qué no se evacuan esas regiones?". (No se suele hacer caso a los geólogos, pero esa no es la respuesta a esta pregunta). ¿Cuáles son las soluciones? ¿Y los pobres se ven más afectados por las catástrofes naturales que los ricos?
Empezamos con el "por qué" humano y luego examinamos la geología del devastador triple unión tectónica del sur de Turquía.
¿Por qué vivir en zonas sísmicas?
A lo largo de la historia, la gente siempre ha vivido en lugares propensos a los terremotos porque ahí hay muchas ventajas naturales, principalmente debido a la enorme variedad de paisajes y recursos. En las regiones tectónicamente activas, hay un precario equilibrio entre prosperidad y bonanza, por un lado, y devastación y miseria, por otro. Geográficamente, las zonas sísmicas forman un mosaico de alargados valles montañosos y llanuras, donde se depositan fértiles sedimentos fluviales, bordeados por cadenas montañosas. Han sido lugares atractivos para los asentamientos y, con el tiempo, para las civilizaciones enteras. Siempre hay agua corriente, espacio para campos y sistemas de riego, suelos fértiles y toda una gama de recursos.
Las zonas sísmicas son geológicamente complejas, y precisamente por ello, en ellas aflora todo un abanico de tipos de roca (caliza, arenisca, roca volcánica y plutónica, etc.). Así pues, el subsuelo es rico en minerales. Los minerales se meteorizan en la superficie, es decir, se disuelven en el suelo para que puedan ser absorbidos por las raíces de las plantas, de ahí los buenos rendimientos agrícolas. En las montañas, las precipitaciones son siempre abundantes, las capas de nieve permanecen hasta tarde o siempre y hay agua todo el año para regar los cultivos. Los ríos que se desbordan y dejan una capa de barro enriquecen los campos. El relieve ofrece muchas oportunidades para la trashumancia del ganado que se desplace entre pastos más altos y más bajos según la estación. También hay ventajas estratégicas. Las propias montañas proporcionan buenos escondites y miradores, así como rutas de escape, comercio y migración. A menudo, las grandes ciudades han surgido de los puestos de intercambio de las principales rutas comerciales. Turquía ha sido uno de los centros más importantes de la Ruta de la Seda.
Las mayores culturas florecieron en regiones tectónicamente complejas, como Mesopotamia, Líbano, Israel, los imperios griego y romano, la civilización del Indo, el Imperio Inca y el Imperio Maya. Terremotos, erupciones volcánicas, deslizamientos de tierra, tsunamis e inundaciones eran un azote habitual y más de una vez provocaron la caída de ciudades-estado y civilizaciones enteras. La historia demuestra que la gente siempre acaba volviendo, tras un periodo de despoblación o no.
También en la zona que rodea la triple unión tectónica de Maraş (con en los alrededores más amplios: Gariantep, Alepo, Hatay e Iskerendun), encontramos una enorme variedad de paisajes que sin duda resultaban atractivos en el pasado, y lo siguen siendo hoy en día. Los macizos de los montes Tauro se intercalan con valles alargados y llanos atravesados por grandes ríos (el Orontes, el Ceyhan y el Éufrates).
¿Por qué no evacuar?
Evacuar una zona de alto riesgo sísmico no se puede hacer. Ya no somos unos pocos millones en un planeta inmenso, sino miles de millones en un planeta apretado y, además, la gente no suele alejarse (mucho) durante las catástrofes naturales repentinas. Una vez más, veremos que las ciudades resurgirán de sus cenizas, laboriosamente, pero con seguridad. Especialmente las condiciones prolongadas y de larga duración empujan a las personas a huir lejos, como la guerra, el cambio climático y la hambruna debido al agotamiento del suelo y/o a la pérdida de cosechas año tras año.
También ocurre que la mayoría de la población ya vive en un lugar potencialmente peligroso, en todos los bordes de las placas continentales, donde los riesgos naturales son elevados: toda la costa occidental de América, las otras ramas del Cinturón de Fuego (alrededor del Océano Pacífico), el Rift de África Oriental, el Sudeste Asiático, el Mediterráneo, la cordillera euroasiática desde los Pirineos, pasando por los Alpes, Turquía y Zagros, hasta el Himalaya. En realidad, no se trata de evacuar, porque entonces todo el mundo tendría que ir tierra adentro, a Siberia o al Sáhara, donde no es un buen lugar para vivir.
¿Medidas antisísmicas?
Las catástrofes naturales afectan más a los pobres, pero en el caso de los terremotos esto no tiene nada que ver con la naturaleza de las catástrofes, sino con las viviendas precarias y los gobiernos indiferentes o débiles. Es más difícil escapar de una pieza de casas desvencijadas o bloques de pisos mal mantenidos que de chalets o viviendas unifamiliares. Los ingenieros turcos confirman que muchos pisos de 1990 están mal construidos, y a menudo ilegalmente, y que la manipulación de los permisos de construcción es muy frecuente. Aun así, las normas de construcción son cada vez más estrictas, sobre todo tras el gran terremoto de Izmir en 2010. Sin embargo, las estructuras más antiguas que siguen en pie son a prueba de terremotos, hasta ahora, como la antigua basílica de Santa Sofía de Estambul, que también se encuentra muy cerca de la falla de Anatolia del Norte, la falla más grande de Turquía.
En el ojo de la triple unión tectónica
Una triple unión tectónica (triple junction en inglés) es un lugar en el que tres placas tectónicas se encuentran. Las placas están separadas por grandes zonas de fallas o discontinuidades en la litosfera (la parte exterior rígida de la Tierra). Las placas se mueven unas respecto a otras, pero este movimiento no es gradual ni continuo. Las tensiones se acumulan durante años y descargan en un choque, que son los terremotos. Tras el choque, las placas se han desplazado ligeramente y las tensiones vuelven a acumularse lentamente.
Una triple unión tectónica muy conocido es el Triángulo de Afar, en Etiopía. Allí, tres placas divergen, se alejan entre ellas. Debido a la divergencia, hay mucho vulcanismo, ya que el magma sube a la superficie. También hay terremotos, pero no suelen ser grandes.
En Turquía, la situación es diferente porque, en lugar de fallas "normales", el país está dividido por las enormes fallas transformantes del Norte y el Este de Anatolia. En realidad, se trata de los límites de una pequeña placa tectónica, la placa de Anatolia, situada entre las placas euroasiática, arábiga y africana, mucho más grandes. Esos grandes continentes aprietan a la pequeña Anatolia por el suroeste, y el terremoto actual habría desplazado el pequeño continente tres metros. En la triple unión tectónica de Maraş, la falla de Anatolia Oriental se engancha con la falla del Mar Muerto, también transformante, que recorre todo el oeste de Siria, Líbano e Israel hasta el Golfo de Aqaba y el Mar Rojo. A través del Triángulo de Afar, el sistema de fallas de Turquía se conecta así con el sistema de Rift de África Oriental, que también incluye algunos puntos de triple unión menos peligrosos.
Entonces dos enormes estructuras geológicas se unen en el lugar del terremoto turco-sirio de 2023: el gran Valle del Rift de África Oriental con la gran cordillera euroasiática.
¿Y ahora qué?
Por muy interesante que sea la geología de las mayores zonas de fallas del mundo, hay una pregunta que no deja de plantearse. ¿Qué se puede hacer para proteger a la población de las regiones tectónicamente activas? Dado que esas regiones no pueden ser evacuadas, sólo hay una solución: hay que diseñar edificios antisísmicos, reforzar la preparación antisísmica y aplicar procedimientos de evacuación rápidos y eficaces en todo momento.
Esperamos que, al menos, esta catástrofe y lo que aprendemos de ella puedan servir para mejorar de alguna manera la vida de la gente que habita allí.
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Artículo escrito por Kathelijne Bonne, geóloga y científica del suelo.
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